1955
Imaginad que muros, ventanas, escaleras, puertas,
muebles.., Que forman nuestras casas, se animaran, cansados de oír
tanta queja, y se desplazaran de su sitio original para agilizar nuestros
quehaceres cotidianos y preservar nuestro descanso. Los espacios o elementos
con más posibilidad de distorsión respecto a su estado primitivo
serían aquellos en los que desarrollamos más actividades,
los espacios destinados a acoger el movimiento.
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La deformación sería tal que
nos asombraríamos: la escalera antes tan pesada y costosa de subir,
es ahora ligera y volátil; las ventanas hartas de mostrar el interior
de la casa han hecho un pacto con el muro exterior para juntos darle la
espalda a los mirones, este mismo muro que súbitamente deja de ser
impenetrable y nos invita a entrar a través de él o que,
asustado porque el coche siempre le rozaba al pasar, ha decidido contonearse
y mostrarle su camino hacia el garaje; la casa aburrida de ver la siempre
pringosa medianera del vecino mira ahora hacia el Sol y las flores de su
propio jardín; el balcón que siempre nos enseñaba
una única parte de la ciudad, se ha deslizado y alargado, hasta
doblar la esquina, convirtiéndose en una atalaya y convirtiéndonos
a nosotros en vigías; aquellos espacios destinados a las tareas
más duras de la casa se ocultan como laboratorios subterráneos
conectados a lanzaderas, donde platos exquisitos y las coladas más
blancas del barrio inician un viaje hacia la superficie para aterrizar
en pistas expectantes: el patio, el comedor; la sala de estar que.... |
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Ahora
cerrad los ojos. Imaginad todo eso, estaríamos dentro de la vivienda
de la calle Dr. Arce. De Alejandro de la Sota. Recorredla, desde lejos,
desde aquí, desde la imaginación. Mirad una casa domesticada
que no necesitó adaptarse, donde los muros, ventanas, escaleras,
puertas que la conformaban no necesitaron distorsionarse; porque esa casa
ya era piel de aquellos que la habitaban, de aquellos que alguna vez soñaron
volar, como de la Sota. Aquellos que ya no están.
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