......... 
          ........BARRA   DE   TIJUCA 
               ...........
Entre nuestras manos un dibujo sobre fondo verde, cuyos trazos frescos y sencillos se han vuelto más hirientes al rasgar el papel blanco de nuestra fotocopia. Congelados en un instante se aprecia en el centro un hombre y una mujer avanzando cogidos de la mano, con rumbo desconocido. A su izquierda un niño que alzando la vista encuentra la mirada de ella. Al otro lado un perro guardián sacado de las aventuras de Tom y Jerry, que antes vigilaba los tranquilos juegos del niño y ahora se alborota con la presencia conocida. Se trata sin duda de una escena familiar. 
 

Arropados por una línea ondulante nacida recta; pero al crecer, se eleva y desliza confundiéndose en un ovillo delirante, denso. Maquillados con un bikini, un jersey a rayas y unos pantalones anchos, que delatan la existencia de un calor climático y humano, la cercanía del agua, del océano. 
 

Hasta ahora los personajes de esta estampa aparecen flotando. El suelo se revela, como por arte de magia, cuando la mirada llega a las extremidades inferiores, pies, patas, nalgas o el primer nudo. Allí es donde el roce, la presión, el juego, el brote, la vida,...suceden. Donde las pieles buscan el contacto con la tierra.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Es preciso haber vivido mucho para poner tanto en tan poco. En su 
simplicidad, el dibujo, da multitud de pistas sobre el hogar ideal del autor, Oscar Niemeyer. 

  
................................................................................................................................................Al igual que el niño, Niemeyer ha dibujado su casa. En los jardines de infancia se pueden ver rodeadas por el escenario aprehendido en los primeros cuadernos de lectura, un Sol sonriente, altas montañas, quizás un lago y un camino sinuoso, que une la casa con cara de payaso con la otra, los habitantes. Aparecen todos cogidos de la mano por orden de estatura. La hermana con coletas, el hermano con cabeza de melón, la madre sonriendo con el niño artista en brazos, el padre arreglando el coche y quizás, los acompañe un perro. El niño dibuja su familia tal como la reconoce. 

Al igual que el niño, Niemeyer observa a estos actores. Dentro de un mundo donde el tiempo ha construido códigos rastreables, números, direcciones, nombres o títulos. En el caso de los niños todo un universo está por reinventarse, imaginarse; apenas las huellas profundas que delata el dibujo son datos suficientes para localizarlo

  
Una de estas pistas que sitúa el lugar de la casa es el título del dibujo, Naturaleza Verde. Se puede pensar que es redundante, son palabras de relación inmediata. Al leerlo de nuevo, lo que implica más tiempo de atención, aparece la imagen de una naturaleza en particular, la almacenada en la memoria brasileña de Niemeyer. Al contarlo y repetir una vez más este título, Naturaleza Verde, se pensaría en la infinidad de colores y matices que ésta abarca y entonces al ojear el dibujo original de nuevo estas palabras mostrarían su auténtico rostro, como en el final de un baile de máscaras. Las nuevas facciones aparecerían borrosas pero después de haber escuchado el agua agitarse, caminar descalzos, mirar lo lejano, tocar lo cercano, poder cocinar en el suelo, la nueva fisionomía saldría de la espesura del verde tropical y se grabaría en la memoria. Estar fuera, al aire libre en un determinado enclave, en la residencia de Canoas. Un lugar ambiguo donde los límites de la casa y su alrededor desaparecen al mezclarse. .............................................................................................................  

 

 
 
 
 
 
 

Localizada en un distrito de pendientes pronunciadas. Desde el aparcamiento, uno de estos caminos ascendentes, apenas se distingue entre la vegetación una cubierta de silueta libre y sensual. Aparece como una lámina emergente del terreno, un recorte ingrávido. Su cara superior muestra las mismas trazas que el suelo y podrían llegarse a confundir; si no fuera porque el tono oscuro del pavimento higiénico acentúa los efectos de las sombras curvas, que durante el día bailan con su contorno poligonal terrestre. 

 
 
  
 
 

Un camino de acceso retrasará con su balanceo el tiempo. Al bordearlo, el paisaje pasa a ser el protagonista. El retal a modo de copa de árbol ha desaparecido, al alzar la vista la construcción se descubre como un grueso horizontal de veinte o treinta centímetros soportado sobre unos delgados puntales. El resto es aire, verdura, agua, tierra. Una serie de elementos desperdigados, algunos descolocados de la que sería su disposición natural, indican la presencia humana: tumbonas, una barra de bar, un piano de cola o los columpios. Rodeando la piscina, entre la roca y lo cubierto, la transparencia nos permite intuir una entrada a través del vidrio y un paso, vigilado por una pareja de árboles, hacia lo que queda del otro lado. Ya en el umbral la concavidad del techo abrazando las montañas adyacentes las transforma en paisaje. En el interior un tabique envuelve y oscurece la zona de entrada y la de estar sentado, otro abraza la mesa de comer y oculta el área de la cocina. 
 
 
 
 
  
 
 

Unos gestos amables y sencillos, generando sensaciones muy primarias, definen lugares en que se desarrollan actividades más o menos diferenciadas sin romper la continuidad del espacio. Y es que de la misma manera que las celosías, los muebles, las esculturas ,que dramatizan el encuentro entre lo efímero de lo humano y lo eterno de lo natural, domestican el exterior; la vegetación y la roca, selvatiquezan el interior. La simplicidad del conjunto anima a la colección y reunión de los objetos que componen el universo de los habitantes bajo un mismo cobijo, en torno a un mismo estanque, y llevar entre ellos una vida fácil y relajada al aire libre. 
 

  
 

No obstante, en la lejanía el horizonte Atlántico, la línea que separa el cielo del océano, asoma a la altura de nuestra vista, por debajo de nosotros el mundo subterráneo-marino, denso, pesado y apenas iluminado. Conecta con él una escalera que desciende junto ese elemento masivo hundido en la tierra que es la roca, apoyada en ella nos guiña su ojo un teles-periscopio. 
 
 
 

  
 
 
 

Al adentrarse aparece un espacio más bien pequeño y oscuro, un estar de plantas. A la izquierda, una pared curvada da acceso a las habitaciones de los diferentes miembros de la familia; ya no es aquella curvatura libre de tabiques ligeros, el resto de los cerramientos interiores se levantan rectos y mantienen entre sí relaciones de paralelismo y perpendicularidad. Son el resultado de la mera suavización de los ángulos en una pared que gana grueso al asociarse con una repisa en toda su longitud. El mismo efecto se busca al adosar armarios en el muro que queda a la espalda. La transparencia se ve sustituida por la compartimentación y la vacuidad, por el aprovechamiento utilitario del espacio. Al final del trayecto quebrado a que dan lugar, están los camarotes, los lugares más recoletos. De hecho, la relación con el exterior se produce en ellos a través de unos artefactos parientes de la escotilla, del compartimento de la metralleta de un bombardero, espacios para incorporarse en la penumbra, entre los reflejos carnosos del follaje o en la oscuridad de la noche. Descansar un poco, al cabo de un rato o ya al día siguiente, devolverá sin duda las ganas de regresar al mundo salvaje que espera arriba periscopio.

 
 
 
 
 
 
  
 
 
 

Ocurre en este estado a duermevela, entre el sueño y la realidad, donde la visita por la residencia y el dibujo se funden en uno, donde aquella pareja que avanzaba sin rumbo cogidos de la mano, se transforma en árboles que saludan al entrar en la masa curva, la forma que Niemeyer reconoce como su casa. 

  ...................................... la casa